Es fácil arriesgarse cuando sabes el resultado de antemano. Nosotros sabíamos que acabaría tarde o temprano, que sería un secreto fácil de guardar. Fue una historia breve pero intensa. No era nada del otro mundo porque para el resto del mundo no fue nada. Como una brisa ligera que pasa sin que la noten. Pero para nosotros lo era todo. El motivo para levantarnos por la mañana, el juego que nos mantenía despiertos y ávidos durante todo el día. Era la felicidad en su estado más puro. Te extasiaba. Y lo mejor de todo es que era imperceptible a ojos ajenos. Todo se basaba en una serie de miradas que lo decían todo sin palabras.
Unos meses. Lo que tardase en acabar nuestra racha. Prometimos no ir más lejos. Fue una especie de pacto verbal en absoluto silencio. Nunca hablamos del tema y aún así siempre supimos la fecha límite. Cada día que pasaba era un paso hacia el final. No sé cuando ni como, pero yo empecé a tener miedo. Pensé que sería capaz de pasar página sin muchas dificultades, pero en cuanto vi el fin asomar su retorcido cuerpo por la esquina de aquella calle solitaria en la que solíamos jugar a oscuras sentí que no podía rendirme sin luchar.
Pero aquello no era una guerra. Yo no tenía ningún enemigo al que abatir. Solo estábamos tú, yo y mis ganas.
Pero tú, sabías que eso no nos llevaba a ninguna parte y que tú tenías mucho más que perder...
Y aunque ambos sabemos que te encanta encontrarme buscándote un día más, porque te delata ese sonrisa, también es obvio que esto está acabado.
Toca desengancharse.